jueves, 1 de agosto de 2013

LA SOLEDAD DE ESCRIBIR...

Escribir, en esencia, es soledad. Todos los que escribimos sabemos de lo que hablo. Se trata de una actividad en la que el escritor debe aislarse del mundo real para construir el suyo propio. Son muchas las horas que pasamos en el estudio leyendo, imaginando y derramando sobre el teclado nuestras ideas. Para muchos, esta actividad es difícil de comprender, entienden que las horas de soledad no se pueden compensar con el producto que sale de ellas. 
Pero esas personas no tienen en cuenta que al escribir creamos, damos vida a aquello que se esconde en nuestra cabeza. Mientras imaginamos vivimos, y saciamos una sed que de ninguna otra forma se puede calmar. Como decía en otra entrada, es una compulsión la que nos arrastra a encerrarnos junto al escritorio. Los personajes de nuestras novelas se definen al ritmo del tecleo y llegan a adquirir una personalidad que está por encima de nosotros mismos. Por tanto, escribir no es soledad, es crear nuestra propia compañía. Pasamos horas con ellos, alegrándonos y sufriendo a su par, tomando decisiones sobre unos destinos que, en la mayoría de las ocasiones, tenemos la sensación de intuir, más que inventar, como si pudiéramos atrapar con palabras una realidad que ya existía antes que nosotros, pero que no todos pueden percibir. 
Finalmente, de manera altruista, regalamos sus historias para que hagan compañía a nuestros lectores, para que ellos también se emocionen con nuestros personajes, y se alegren, y sufran con ellos, de la misma manera que hemos hecho nosotros al "parirlos". 
Escribir no es soledad, escribir es llenar nuestra vida y la de muchos otros con una de las mejores compañías que existen: un libro.

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