jueves, 8 de enero de 2015

SALEN TROPAS DE CÓRDOBA PARA COMBATIR A LOS VIKINGOS...

Fragmento de "40 días de fuego".
Enlace a Kindle: 40 días de fuego


...Con la cota de malla y la celada Nasr tenía un aspecto ridículo y se movía con torpeza, doblegado por el peso. No tenía cuerpo de guerrero pero para el desfile de salida quería lucir sus galas de batalla. 


En el interior de la gran mezquita de Córdoba Nasr aguardaba al acto solemne de entrega de banderas, que habían estado durante toda la noche allí, frente al mihrab. Junto al eunuco disfrazado de guerrero había tres hombres ataviados con uniforme de campaña. Ellos eran los verdaderos comandantes de la expedición, los que ayudarían a Nasr a tomar sus decisiones. El emir Abd al-Rahman quería tenerlo todo bien atado. A pesar de que su eunuco favorito, bastón sobre el que apoyaba su gobierno del Estado, tenía sólidos conocimientos de estrategia, sabía que su experiencia en combate era escasa. 

También estaban presentes los capitanes, que portarían los estandartes. De manos del imán, el emir recibió tres banderas y entregó una a cada qa’id. Luego hizo lo propio con los estandartes. El imán les dedicó unas palabras de aliento en las que se refirió a ellos como bastiones del Altísimo frente al infiel. Entonces, tras un breve sermón que más parecía una arenga, dio comienzo el desfile entre las innumerables columnas de la mezquita. Los abanderados atravesaron la inmensa nave de oración por el pasillo que los presentes habían formado alrededor suya. Fuera, al sol espléndido de la mañana, el pueblo estalló en vítores en el mismo patio de abluciones. La pequeña comitiva salió de la ciudad y se reunió con los cerca de dos mil quinientos hombres que esperaban a sus caudillos a las afueras de Córdoba, dispuestos a luchar contra los normandos. Hasta la tarde anterior habían estado llegando hombres de todos los rincones de las coras vecinas. La inmensa masa de combatientes se movilizó y marchó por el camino de Sevilla. 

Abd al-Rahman ibn al-Hakam se retiró a su alcázar. Ahora podía tener algo de sosiego; Sevilla, la luminosa, iba a ser auxiliada al fin. Las fuerzas normandas y cordobesas estaban equilibradas pero el emir sabía que los mil quinientos guerreros de las Marcas que estaban a punto de llegar volcarían la balanza a su favor. Cada hombre de la frontera valía por tres cordobeses. Eran guerreros curtidos en cien batallas, acostumbrados a la lucha y la privación. Representaban su esperanza. Sin embargo, no quería darles alarde. Eran fieles a Musa ibn Qasi, el rebelde que lo había tenido en vilo en los últimos años. No los había querido hacer partícipes del desfile y los iba a dejar marchar a Sevilla solos, sin fiestas. 

Sadiq ibn Utman, uno de los astrólogos favoritos del emir, se reunió con él tal como había solicitado. Era un bereber de piel oscura que lucía un turbante con una perla engarzada en plata, regalo de Abd al-Rahman. 

—Mi señor, cabeza del reino más glorioso, el bendecido por el Compasivo... —dijo con la cabeza inclinada.

—Sadiq, dime qué viste anoche. 

—El cielo estaba claro y tres estrellas corrieron de sur a norte. 

—Traduce.

—Tu ejército vencerá a los normandos, claramente. 

Una sonrisa se dibujó en el rostro del emir. Sadiq ibn Utman no se equivocaba nunca. Había predicho el sometimiento de Musa en la campaña de aquel mismo año y había acertado con el sexo de sus tres últimos hijos. Hizo llamar al encargado del tesoro y le dio instrucciones para que le regalara al astrólogo un dinar de oro.

—Cuando se confirme tu predicción te daré tres más. 

Abd al-Rahman se había puesto de un humor excelente y se dirigió a sus aposentos privados. Tal vez era un buen momento para disfrutar de una de sus concubinas en los baños del alcázar...


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